Rumbo a Agadir

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Memoria Gráfica

Alfonsito retrata Senegal

En diciembre de 1927, el periodista Luis de Oteyza García y el fotógrafo Alfonso Sánchez Portela, que entonces era todavía Alfonsito, volaron en aeroplano desde Toulouse a Dakar y dejaron testimonio escrito y gráfico de su viaje.

Un biplano Breguet XIV de tela y madera de la Compañía Aérea Latécoère (la Aeropostal), a los mandos del piloto postal Luc Richard, llevó a los dos aventureros españoles desde el aeródromo de Toulouse hasta Cabo Juby, con escalas en Perpignan, Alicante, Málaga, Tánger, Rabat, Casablanca y Agadir.  En Cabo Juby (hoy Tarfaya y parte entonces del protectorado español de Marruecos conocido como Río de Oro) coinciden con Antonie de Saint-Exupery, autor de El principito, en ese momento jefe del establecimiento de la Compañía Aeropostal, y cambian de piloto: continuarán volando hasta Dakar conRené Riguelle y Maurice Dumesnil, con escalas en Villa Cisneros, Port Etienne, Nouakchott y Saint Louis, ya en Senegal.

En el aeródromo de Tánger
 

El último tramo del viaje transcurría sobre “300.000 kilómetros cuadrados de arena inhóspita, recorrido por tribus insumisas y sin más puntos de apoyo que los enclaves de Cabo Juby y Villa Cisneros”, en palabras del investigador Manuel Ramírez. No era inhabitual que los frágiles aparatos se vieran obligados a realizar aterrizajes de emergencia en el desierto y los pilotos fuesen hechos prisioneros por los habitantes de la región, para quienes la exigencia de rescate devenía en pingüe negocio sin reparar “en infligir a sus víctimas un trato inhumano, después de destruir el avión y, a veces, lo que era más importante, el correo”.

Para valorar en su justa medida la audacia de este vuelo por cielos africanos hay que recordar que el servicio postal regular entre Toulouse y Dakar había comenzado a funcionar el 31 de mayo de 1925 y que cada avión debía llevar un par de palomas para darles suelta al llegar a su destino o en caso de incidente durante el viaje. Unos meses más tarde, del 22 de enero al 10 de febrero de 1926, a bordo del hidroavión de canoa “Plus Ultra”, Ruiz de Alda, Franco, Durán y Rada habían sobrevolado sin escalas el Atlántico Sur entre Palos y Buenos Aires, y eran todavía celebrados como héroes en España. Ese mismo año, un avión de la Escuadrilla Elcano aterrizaba en Manila y un hidroavión de la Escuadrilla Atlántica llegaba hasta Guinea Ecuatorial. El eco de la proeza solitaria de Charles Lindberg, profusamente aireada por la prensa anglosajona, todavía resonaba en todo el mundo, pues el ingeniero y piloto había cruzado el Atlántico el 20 de marzo de ese mismo año 1927. Más reciente aún, del 27 de octubre de 1927, era el aterrizaje en Madrid de la celebérrima, pese al fracaso de su vuelo transatlántico en el “American Girl”, aviadora estadounidense Ruth Elder, cuya cobertura del evento valió a Manuel Chaves Nogales un premio periodístico.

Foto de grupo en Cabo Juby
 

Es razonable pensar que los viajeros buscaran en su destino africano, además de la aventura, el encuentro con lo primitivo, lo exótico, lo negro, en el marco del auge de un género periodístico en boga: el reportaje aéreo. De hecho, la crónica de este viaje se publicó en las páginas de El Heraldo de Madrid bajo la rúbrica “Los reportajes modernos”.

Aunque el periodista Fernando Ortiz Echagüe, corresponsal del diario argentino La Nación en Europa, había realizado un viaje similar el año anterior, convertido en libro bajo el título Al Senegal en aeroplano (1927), sus crónicas no tuvieron el impacto del trabajo conjunto de Oteiza y Alfonsito, precisamente por la riqueza que la imagen fotográfica aportaba a la palabra escrita.

Oteiza (Zafra, Badajoz, 1883) era ya en 1927 un prestigioso periodista y escritor. Había colaborado en El Globo, de Pío Baroja, dirigido diarios como El Liberal, en Barcelona, y La Libertad, en Madrid, para el que entrevistó a Abd el Krim en 1922, reciente todavía el desastre de Annual (1921), infringido por el jefe rifeño a las tropas españolas en Marruecos. Y escrito crónicas de viaje bajo títulos sugestivos: De España a Japón y En el remoto Cipango.

Alfonsito (Madrid, 1902) era hijo del fotoperiodista Alfonso Sánchez García; de ahí su diminutivo, que no perdió hasta el fallecimiento de Alfonso en 1953. Comenzó a trabajar como aprendiz en el estudio de su padre con 14 años y publicó su primera fotografía en El Heraldo de Madrid a los 18 años. En 1921 obtuvo la credencial para cubrir la información gráfica de la guerra de Marruecos, donde permaneció durante tres años, durante los que acompañó a Oteyza en su célebre visita a Abd el Krim, a quien retrató con notorio reconocimiento. Cuando viajan a Senegal pues, pese a su juventud y el diminutivo, Alfonsito era ya más que un prometedor fotógrafo, que escondía, en palabras de Antonio de Lezama, insospechada energía bajo su débil apariencia.


Cerca de Saint Louis

Por vanguardistas o modernas que fuesen sus ideas, la mirada de ambos viajeros sobre la tierra que visitan está imbuida por los estereotipos de la metrópoli sobre África, el mundo colonial y la negritud, con una fijación especial en la desnudez femenina, sin duda sorprendente para quienes provenían de un entorno de marcada pudibundez. El propio Alfonso, tiempo después, recordaba: "Al llegar a Tierra de Negros tuvimos la novedad de ver a los nativos desnudos, algo impresionante para nosotros".

Como señala Jesús Cañete, muchas de las fotografías de Alfonsito pueden calificarse de etnográficas, en línea con las que los funcionarios coloniales adjuntaban en sus informes, y su valía estética pasa por el filtro de las fantasías negristas que buscaba reproducir en sus imágenes. Alfonso recuerda otro episodio entre pasmoso e hilarante: "Fue allí donde quisieron venderme a la Venus de Ébano, a quien estuve a punto de comprar como ayudante por sólo 50 francos. Oteyza me hizo desistir argumentando que le afectarían los fríos del Guadarrama".


Alfonsito prepara una toma

En todo caso, las fotografías tomadas por Alfonso Sánchez Portela constituyen un testimonio pionero de la de los viajes aéreos y de la vida en la costa oeste de África y sirvieron para ilustrar dos libros de Oteiza: Al Senegal en avión y Tierra de negros. Mérito especial tienen por su carácter inédito las dos placas que tomó en Cabo Juby a Saint Exupery, quien dio cuenta de sus andanzas africanas en su novela Correo Sur, articulada en torno a los 23 radiogramas que jalonan el vuelo del protagonista entre Toulouse y Dakar para llevar el precioso tesoro de las cartas desde sus emisores hasta sus destinatarios.

Pero la epopeya del correo aéreo es, una vez más, otra historia.


Familia de Goreé

J. Rodher

 

NOTA: El fondo “Alfonso”, con las fotografías de todos los fotógrafos que trabajaron bajo esa marca está depositado en el Archivo General de la Administración, de donde proceden las imágenes de este reportaje.

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