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En 1944, las peripecias de la joven Andrea por la Barcelona de 1939 supusieron el ingreso de una bocanada de aire fresco en un panorama literario, el español, condenado a la inanición, y repleto de traumas provocados por una guerra civil que había traumatizado a los protagonistas de uno y otro bando y a la esencia misma de la vida, y por ende, de la literatura. Además, Carmen Laforet, la primera ganadora de un premio con mayúsculas que se empeñó desde el primer momento en desprenderse de las telarañas, las recomendaciones y los chanchullos propios de una época opaca y gris, era joven y mujer: un cóctel novedoso y hasta cierto punto políticamente incorrecto, dado que su elección arrinconaba a algunos escritores varones consagrados que aspiraban al premio recién constituido por la editorial Destino. Gracias a la intuición del jurado, Laforet pasaría a engrosar el anaquel de libros fundamentales de la literatura española surgida después de la sangrienta Guerra Civil.
Y para demostrar que la editorial Destino estaba empeñada en apostar por la buena literatura, tres años después de la novela de Carmen Laforet, el premio Nadal descubrió para el gran publico a un jovencísimo Miguel Delibes, autor de La sombra del ciprés es alargada, una magnífica y demoledora ópera prima de tono intimista que, ambientada en Ávila, retrataba desde los ojos de la infancia una España de color gris, de escaso futuro, que deslumbró a lectores de dentro y fuera de nuestras fronteras.
Miguel Delibes
Siguiendo la estela, en 1955, El Jarama de Sánchez Ferlosio volvió a vindicar el excelente gusto de los jurados que deciden a quién hay que entregar por unanimidad este premio que, sin lugar a dudas, más ha batallado por la dignidad y el prestigio de la literatura en España. Escritas en tercera persona, las 57 secuencias de la novela de Sánchez Ferlosio son consideradas una muestra de cómo se debe estructurar una novela que fue muy aplaudida por los lectores, aunque algún crítico se permitiera tacharla de aburrida.
En la quinta ocasión que el prestigioso galardón recayó en una mujer fue para distinguir a doña Carmen Martín Gaite quien, con su novela Entre visillos, retrata a la perfección a un grupo de señoritas de provincias y disecciona de manera directa y aparentemente sencilla la hipocresía, el aburrimiento, la ausencia de imaginación y el conservadurismo de una pequeña capital como podía ser Salamanca. Tras Entre visillos, se sucedería una catarata de buenos relatos como Caperucita en Manhatan, Retahíla, o Irse de casa, que conforman la obra poderosa, amplia y densa de una escritora que contraería matrimonio precisamente con Rafael Sánchez Ferlosio.
Carmen Martín Gaite
Ana María Matute
Otra gran dama de la literatura española con mayúsculas, Ana María Matute, recibiría el Nadal en 1959, por su obra Primera memoria, una parábola de la Guerra Civil, cuya huella indeleble impregna la espléndida novela de quien acabaría por ostentar el grandísimo honor de ser la única mujer que actualmente ocupa un sillón en la Real Academia Española de la Lengua.
En 1968, el premio Eugenio Nadal sirvió para descubrir al gran público hispanolector la excelente prosa del gallego don Álvaro Cunqueiro, periodista, dramaturgo, poeta, novelista y gastrónomo de referencia, quien a lo largo de Un hombre que se parecía a Orestes, juega con humor y maestría con el mito del vengador, su vacilaciones y sus miedos.
Tras Cunqueiro, vendrían nombres como los de Francisco García Pavón, Francisco Umbral, Fernando Arrabal, Manuel Vicent, o Juan José Millás, continuación de una tradición literaria impecable que se interrumpiría en los años 90, cuando la prestigiosa editorial Destino pasó a manos de Planeta y, como es natural, los criterios para la concesión del prestigioso galardón tomaron otros derroteros.
TODOS LOS GANADORES
Paco Zamora