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Dos hombres blancos recorren la selva amazónica. Se enfrentan a un grupo de indígenas. Uno de ellos muere en la lucha; al otro los indios le perdonan la vida. Es alto y apuesto y la hija del jefe de la tribu se ha encaprichado con él. El blanco se queda a vivir entre los salvajes y, cuando el apu (jefe) muere, le sucede en el cargo. Años más tarde retorna a la civilización convertido en el rey de los jíbaros. Y hasta su muerte, doce años más tarde, vive a caballo entre ambos mundos. Esto, que podría ser la sinopsis de una película de aventuras, es la verdadera historia de un gallego de Avión que, como tantos otros, emigró a América en 1899, huyendo del hambre.
Graña junto a Mariano el Brujo y un grupo de técnicos occidentales.
Las vicisitudes históricas repercuten en las peripecias individuales y las crisis económicas globales, ayer como hoy, impactan en las vidas particulares. Si a Ildefonso Graña Cortizo, la miseria lo empujó primero desde su remota aldea galaica al otro lado del mar, después la caída del precio del caucho a principios de 1920 y el consiguiente derrumbe de la prosperidad en que vivía en Iquitos (Perú), donde se había instalado tras pasar por Belén de Pará y Manaos (Brasil, lo impulsaron a remontar el Amazonas y adentrarse en la selva en busca de fortuna.
Avia, Ambuxo, Costea, Bisuma y Graña (de izquierda a derecha), en cas de Mosquera. Foto cedida por Silvia Barge Mosquera.
Su buena planta, herencia familiar, y tal vez las gafitas de intelectual le salvaron la vida en su encuentro con los jíbaros. Su inteligencia natural y su audacia le abrieron una nueva vida entre la barbarie y la civilización, o para ser más exactos entre dos tipos diferentes de civilidad.
Durante su reinado sobre las cuencas de los ríos Nieva, Santiago y Alto Pastaza y el peligroso Pongo de Manseriche (por donde el conquistador Juan Salinas anduvo ya buscando en 1588 el oro de los incas), Graña enseñó a sus súbditos jíbaros a mejorar la técnica de extracción de la sal, a curtir pieles, a construir chozas más resistentes y a curar sus heridas. Y cuando bajaba con ellos en balsa hasta Iquitos aprovechaba para cortarles el pelo, comprarles helados o llevarlos al cine. Ante los occidentales ganó justa fama como guía de expediciones científicas, misioneras y comerciales, pues su ayuda devenía indispensable para adentrarse en un territorio temible, y se convirtió en héroe nacional cuando devolvió a su familia el cadáver momificado del famoso piloto peruano Rodríguez Ballón y rescató además los restos de su aeroplano. Graña murió de cáncer de estómago en 1934, a los 56 años.
Alfonso Graña con un grupo de indios.
Gracias a su paisano Gregorio Mosquera, dueño de una librería en Iquitos y relator de las vivencias de Graña, pudo Víctor de la Serna hacerse eco periodístico de las hazañas del monarca de los jíbaros en diarios y revistas, y gracias a los descendientes de ambos pudo Maximino Fernández Sendín reconstruir la historia para nosotros en un libro esencial.
J. Rodher
Las fuentes de la noticia:
Alfonso I de la Amazonia. Víctor de la Serna. Diario Ya, 1935.
Alfonso I de la Amazonia, rey de los jíbaros. Maximino Fernández Sendín. Pontevedra, 2005.
Mosquera y Graña, capitanes de la selva. Víctor de la Serna. Revista “Crónica de la expedición Iglesias al Amazonas”. Madrid, 1932.